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Los 300, un ejército de tres espartanos

Los 300, ensayando anoche antes del concierto. | MADERO CUBERO

Juan Velasco

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La banda granadina surgida de El Puchero del Hortelano y Eskorzo actuó anoche en Submarine

Hagan la prueba. Vayan con los ojos rigurosamente cerrados. O pónganse de espaldas a ellos. Déjense llevar. Intenten descomponer lo que oyen. Las baterías por un lado, las congas, los timbales, los platillos, la trompeta, la guitarra, los cencerros, la voz… Descompónganlo mentalmente, en un ejercicio de sumisión musical.

Cuando haya perdido la cuenta de cuántas capas de sonido escupen los altavoces, puede darse la vuelta. Quizá se sorprenda. No está ante una big band, sino ante tres músicos y un puñado de cacharros. Son Los 300, un ejército percusivo granadino formado únicamente por tres tenientes espartanos y un arsenal de aparatos.

En la época de los recortes, Los 300 -un trío formado por componentes de bandas tan laureadas como El Puchero del Hortelano y Eskorzo- han comprendido que la eficiencia es la madre de la ciencia. Manuel, cantante, guitarrista, e ingeniero de sonido, si apuras, bromeaba ayer con lo que se ahorraban en músicos al poner en escena su propuesta, y lo hacía en una divertida demostración de como funcionan los 300 en directo.

Y el procedimiento puede parecer simple en la teoría, pero meritorio en la ejecución: se basa en juntar a tres multiinstrumentistas, y ponerlos a ejecutar capas y capas de Latin Jazz, Cumbia, Afrobeat y Boogaloo que quedan grabadas, y sobre las cuales van añadiendo en riguroso directo nuevos arreglos con limitado margen de error. Todo con ello con un muestrario de pedales, sintetizadores, aparatos analógicos y algún que otro detalle digital, para construir un muro de sonido que van moldeando golpe a golpe, loop a loop, riff a riff, y soplido a soplido.

Así las cosas, Los 300 se arrancaron ayer en Submarine Club a ritmo de Boogaloo su recital, apelando directamente a las caderas del público congregado, consciente o no, de que la propuesta estrictamente musical de esta banda no se basa en la sofisticación, sino en la comunión entre alma y cuerpo. De ahí que, por encima del experimento, resulte gozoso bailarlos con los ojos cerrados. Sólo así uno es capaz de escudriñar los cientos de capas de alquitrán (no es baladí, lo suyo es música bien negra) de su propuesta.

Impecables cuando abordaron pasajes más jazzeros, con un estelar Zeke Olmo a los solos de batería, Los 300 quisieron cerrar su concierto con ese clásico mambo funky que es ¿Qué le pasa a Lupita?, que ejecutaron con reverencial respeto e ímpetu.

Vino un bis más, con el cantante ya liberado de la guitarra, el trompetista Jimi García exhibiendo capacidad pulmonar, y Zeke Olmo tocando con una baqueta la batería y con su mano libre la percusión.

El público, por su parte, ya llevaba una hora y pico bailando los temas de su excelente disco The Monkey Howler Times, un LP que los ha puesto en el disparadero europeo en lo que a músicas del mundo se refiere, y que, en su traslación al directo, pide un buena pista de baile y sumisión mental.

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