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Joaquín Roses: “Hace ya tiempo que Góngora emigró”

Joaquín Roses | ALVARO CARMONA

Manuel J. Albert

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Joaquín Roses (Córdoba, 1964) nos espera en la Casa Góngora, uno de los edificios municipales más hermosos y menos utilizados de Córdoba. Sede del que iba a ser Centro Internacional de Estudios Gongorinos, el remozado inmueble de la calle Cabezas es hoy poco más que una sala de exposiciones temporales y cobijo ocasional de presentaciones, lecturas y talleres. Los últimos de ellos fueron los organizados por la Cátedra Góngora que dirige Roses.

Pero no se engañen, en la Casa Góngora ni nació, vivió o murió el poeta -como a muchos guiris despistados cuentan- ni tan siquiera tiene libros del mayor autor de las letras cordobesas. Por eso, allí CORDÓPOLIS poco más que le saca a Roses unas fotos. Y la entrevista se realiza en su despacho de profesor de Literatura en la facultad de Filosofía y Letras, no muy lejos de allí.

De camino, una fría y plomiza tarde de invierno, Roses deja caer al periodista una inquietud. “No me irás a preguntar solo por Góngora, ¿verdad?”. El reportero repasa mentalmente la ristra de preguntas recién garabateadas en la libreta y que tienen al escritor del Polifemo como protagonista. Y trata de salir del paso improvisando una respuesta. “Bueno... Usaremos a Góngora para hablar de otras cosas”, contesta.

Y así lo intenta.

PREGUNTA. No recuerdo ningún profesor de Literatura que tuviese en el instituto al que les gustase Góngora. O al menos explicarlo. Hablo de hace más de 20 años.

RESPUESTA. Me da la sensación de que a los profesores de Literatura, por la razón que sea y yo no puedo hacer un diagnóstico preciso ahora mismo -aunque tengo mis ideas- no solamente no les gusta Góngora, sino que igual ni les gusta la literatura. Ese es un problema grave de la educación. Uno no puede dedicarse a dar clase sobre aquello sobre lo que no tiene ningún deseo, pasión o relación afectiva. Porque la educación, como sabemos desde los clásicos griegos, está ligada al amor. Y si uno no ama su objeto de estudio y la materia que está impartiendo, difícilmente puede transmitir ese amor a los demás. Además, hay otros problemas que tienen que ver con la sociedad en la que vivimos, donde los seres humanos se han convertido más en dinero y mercancía; esto nos lleva a la catástrofe. Una auténtica catástrofe que consiste en que las generaciones futuras -incluso generaciones pasadas entre las que se pueden incluir las de esos profesores de los que me hablas- no tienen claro aquello de lo que hablaba Marco Aurelio -y después Hannibal Lecter en El silencio de los corderos: los primeros principios. Es decir, por dónde debemos empezar; cuáles son nuestras verdaderas deudas. Porque las deudas reales no son con los bancos ni con las finanzas. Las deudas son con todos aquellos antepasados que nos han regalado el patrimonio histórico, cultural, filosófico y artístico.

P. Pero dentro de la dicotomía clásica en la que se ha enseñado a Góngora, qué diferencia hay entre él y...

R. (Corta). ¡No, por Dios, por Dios! No entremos en ese tema de Góngora y Quevedo porque llevamos muchos años intentando rebatir esa patraña y ya hay incluso artículos publicados, algunos muy buenos, desde 1999 sobre el tema.

P. Vale, pongamos que Góngora y Quevedo ni siquiera se hubieran conocido. ¿Por qué uno se ha enseñado con... llamémosle mejor prensa que el otro?

R. Quizá porque Góngora es mucho más difícil. Y ya sabemos que vivimos en una sociedad en la que se valora muy poco el esfuerzo. Una sociedad en la cual, por ejemplo, los estudiantes van a la Universidad a conseguir un título. No solo ahora, esto ya viene de antes, pero continúa. No vienen a formarse como seres humanos, no vienen a dar sentido a sus vidas con la cultura y el conocimiento, sino a conseguir un título. Eso supone despreciar el esfuerzo y despreciar todo el contacto que, con el arte y la cultura, puede beneficiar a un ser humano y a su entorno. Ahí empieza la verdadera transformación. Ese ser humano será mucho más difícil de manipular y va a intentar transformar las cosas porque habrá recibido una educación no pagada, sino conseguida con el esfuerzo.

Uno no puede dedicarse a dar clase sobre aquello sobre lo que no tiene ningún deseo, pasión o relación afectiva

Sobre la educación podría estar hablando interminablemente. Creo que la educación no solo tiene carencias tal y como está planteada, sino que sufre una carencia básica: la gente piensa que el profesor puede enseñarle algo. Pues no es así. El profesor no enseña absolutamente nada, las cosas importantes en la vida las aprende uno solo. Y sé perfectamente que hay muchas personas formadas que no han ido nunca a la Universidad pero que han tenido siempre esa curiosidad intelectual, esa inclinación al estudio y saben cuáles son los primeros principios. Por eso a mí me resulta lamentable y no entiendo que personas que están asistiendo a clases en la Universidad no tengan ese conocimiento profundo que, solo como lectores, sí tienen otras personas que no han podido asistir nunca a la Universidad o que simplemente no quieren asistir.

P. Se dice que la salud de un país se puede medir por cómo cuida a sus animales o por cómo son sus cárceles. ¿Podemos averiguar la salud de un sistema educativo por cómo se enseña a Góngora en las aulas?

R. Indudablemente. Pero las simplificaciones, utilizando como pretexto a Góngora, son muchas. Un caso como el de Góngora, que es un renovador fundamental, uno de esos autores que marcan y de los que se puede decir que esto o aquello fue escrito antes o después de Góngora, es único. Y sería impensable que se tratase así a un personaje semejante en otro país con una cultura sólida . En otro país, estaría en el centro del canon, sería un Walt Whitman, por ejemplo, o un Baudelaire o un Pessoa. Pero en España no lo es. Esto tiene que ver no solo con la literatura sino con cómo son los españoles. Hace poco, Javier Cercas lo dijo bien claro: la gran catástrofe de España es haber maltratado a sus maestros desde el siglo XVI. Y a eso, añadimos otras patrañas como la invención de Góngora por la Generación del 27. Ahora hay un libro muy de moda, El cura y los mandarines, de Gregorio Morán donde en sus primeras páginas habla de esta invención: los poetas del 27 cogieron a Góngora como podían haber cogido a otro cualquiera. Simplemente, les venía bien a sus intereses y a su operación de asedio al mercado cultural. Pero si Lope de Vega hubiese muerto en 1627, sin duda habrían elegido a Lope.

P. ¿Fue una operación de mercadotecnia de la Generación del 27?

R. En cierto modo sí, aunque tendríamos que matizarlo, claro...

P. Pero a lo periodistas nos encantan las frases lapidarias.

R. Por eso he intentado que no me volvieses a preguntar, como hacen todos, por la relación entre Góngora y Quevedo.

P. Era una forma de introducir el tema educativo en la conversación. Y de educación vuelvo a preguntarte. ¿Tienes esperanza en que se cambie la manera de estudiar y enseñar la Literatura y las Humanidades? Y te lo pregunto justo cuando las Humanidades han pasado de un segundo plano a un tercero dentro de los planes de estudio.

La generación del 27 cogió a Góngora de referencia como podía haber cogido a otro cualquiera

R. No voy a ir de profeta, pero eso debe cambiar pronto porque la crisis tiene cosas muy negativas pero otras muy positivas. Como por ejemplo, darnos cuenta de que vivimos en la Tierra y de que debemos dejarla de la mejor manera posible para las generaciones futuras. Lo que es una verdadera catástrofe es que las generaciones futuras vivan sin esperanza alguna, usando la palabra que mencionabas en la pregunta. Eso es lo peor del mundo. Por eso, partiendo de esa base, te digo que la literatura me interesa mucho pero lo que más me interesa es combatir el abuso, la injusticia, los desmanes y no saber cuáles son nuestras prioridades. Hablaba antes de la defensa de la Tierra, de la cultura ecológica y la conservación. Pero también podríamos hablar de esos cambios en la enseñanza y el aprendizaje de la Literatura. Y en ese sentido, ya hay estudiosos como Edward Wilson que están hablando de lo que se llama unidad del conocimiento. Es decir, diferenciar entre Ciencias y Letras es una polémica estéril. Y cada vez más se va hacia esa unidad de conocimiento. Lo que hay que buscar es la mejora del ser humano como ser humano; no que el ser humano tenga más, sino que sea más. Y eso es lo que nos permite transformar el mundo. Ahí, la Literatura y todas las disciplinas humanísticas tienen mucho que decir.

P. Volvemos a los clásicos.

R. Es que hay que empezar por ahí.

P. Me refiero a ese modelo de aprendizaje del Renacimiento, heredado de los griegos y romanos, que buscaba un aprendizaje integral.

R. ¿Por qué no volvemos al diálogo? Si es a lo que hay que volver. Lo que no puede un profesor es empezar a decir cosas en una clase para que el alumno copie sin parar; eso no tiene ningún sentido. Se trata de dialogar y eso es básico en algo tan básico como la educación. Pero esto que digo es -y revindico la palabra- antisistema. Estamos hablando de algo subversivo que va contra el esquema tradicional capitalista que consiste en que yo vendo y tú compras; yo gano y tú pierdes. De esto ha hablado mucho Nuccio Ordine en su libro La utilidad de lo inútil. Cuando un profesor se pone a leer un texto y hablar de él o sobre un cuadro o una sinfonía, el alumno está ganando. Pero es que el profesor también está ganando si se crea una conversación; no se da esa transacción comercial en la que uno gana y otro pierde. Por eso, las Humanidades son tan subversivas y transformadoras. Quizás sea una utopía, como lo es la utopía anarquista, pero hay que reivindicar el papel preponderante de las Humanidades por su capacidad transformadora de la sociedad.

El profesor no enseña absolutamente nada, las cosas importantes en la vida las aprende uno solo

P. ¿Qué pasó para que ese legado del Siglo de Oro en el que vivió Góngora no continuase?

R. Esto desemboca en siglos clave como el XVIII que desgraciadamente no lo tuvimos como los debimos haber tenido y, por supuesto, el siglo XIX en el que lamentablemente nuestro romanticismo es de pena.

P. En España no matamos al Rey, como en Francia, y claro...

R. Sí, pero te iba a decir otra palabra: Iglesia. En otros países esa institución ha tenido fuerza pero quizás no tanta como aquí; como la sigue teniendo aquí. Y eso nos lleva a una de las cosas que más odio en el mundo: la defensa de la ignorancia; de la ignorancia satisfecha, de la ignorancia orgullosa de sí misma que se florea y baila en su propia ignorancia. Eso nos lleva al desprecio a la cultura, a señalar con el dedo al que se sale un poco del plato. Aunque sea salirse del plato estilístico, como hizo Góngora.

P. Pero Góngora formaba parte de la Iglesia en su época, estaba bien asentado y gozaba de un estatus.

R. Pero no hablo de Góngora como persona. Hablamos de su obra y su poesía. Ahí, Góngora fue muy radical.

P. ¿Y cómo se llevaban esos dos Góngoras? Me imagino que no debía de ser fácil...

R. Si hacemos una lectura atenta de la poesía de Góngora, hay mucho del Góngora vital y jocoso. El problema es que se le ha simplificado... A ver, vuelvo a lo de antes: el problema aquí es la vagancia. Cuando uno no quiere hacer algo, pues no pasa nada: pillas tres o cuatro recursos por ahí y eso te sirve para salir del paso y moverte un poco. Este es el país de la picaresca.

P. El Siglo de Oro otra vez...

R. Claro.

P. Aunque caiga en esa simplificación... ¿Cómo casaba Góngora, tanto su persona como su obra, con la Córdoba de finales del siglo XVI? Una ciudad venida a menos, sumida en una lenta y larga decadencia...

R. No, no creas. El Cabildo Catedralicio en el que trabajaba Góngora era uno de los más poderosos de España.

P. Como ahora.

R. (Risas) Ya sabemos que el siglo XVI es un siglo de guerras y luego llega el XVII que... En fin, tampoco vamos a entrar en ese proceso histórico. Pero de verdad te digo que la Córdoba del Siglo de Oro no la veo, en absoluto, como una ciudad en decadencia. Otra cosa es eso que también me molesta mucho: el desprecio hacia todo el esplendor del siglo X que hay en Córdoba. Eso no se puede admitir. Y que durante el franquismo ese desprecio viniese incluso de arabistas, no se puede tolerar. Pero es como lo que hablábamos antes de esos profesores a los que no les gusta leer...

Hay mucho del Góngora vital y jocoso en su literatura, el problema es que se le ha simplificado

Yo me reivindico más como lector que como profesor. Me encanta la docencia y la investigación pero, si tengo que elegir, me defino como lector. Uno de los emblemas más sobrecogedores del conocimiento es acercarme a una biblioteca en silencio y ver a los estudiantes leyendo un libro.

P. ¿La Córdoba de Góngora, le entendía?

R. No creo. Hace poco, Amelia de Paz ha publicado Todo es de oídas. En los testimonios que aparecen en ese proceso inquisitorial se dice de Góngora, que entonces tenía treinta y pocos años, que era “joven y de poco seso”. En otro momento, se le moteja de “vicioso”. Por otro lado.... ¿Qué sentido tiene que uno sea entendido? ¿Quién es entendido por quién? ¿Qué más me da que me entiendan o no? Yo lo que quiero es disfrutar formándome como ser humano y dotar de sentido a algo que es una herida, a este camino que solo se cura con la muerte. Eso es lo que me importa. Si me entienden, pues mejor. Pero si uno quiere de verdad que le entiendan, que se vaya a la tele y haga de tronista.

P. ¿No le da miedo que esté tratando de divulgar quién era Góngora desde la Cátedra Góngora y que nadie le entienda? ¿O que no le entiendan sus alumnos?

R. Cuidado que no meto a mis estudiantes, con los que disfruto y a los que me gusta enseñar o transmitirles un entusiasmo por la literatura, que es la clave. Porque las cosas importantes las tienen que aprender en la soledad y en el vicio solitario de la lectura. Pero es una buena pregunta porque, si acabo de decir que me da igual que me entiendan o no, cómo voy a exigir yo una aceptación de las personas a las que les envío el mensaje de que hay que leer a Góngora y hay que hacer actividades sobre él. Pero mira, es que este es mi carácter y eso es difícil cambiarlo. No te creas que no me ha causado muchos problemas... Yo no he militado nunca en ningún partido político ni creo que lo haga. Pero eso no significa que no haya votado a distintos partidos políticos. Podría ser una especie de pájaro solitario -por no decir un lobo, que suena más agresivo- pero es que eso es así. Tal vez sea una isla. Lo confieso, en mi ámbito laboral, me sigo considerando una isla. Pero muy feliz de cómo me acarician las olas alrededor. Y me sigo considerando una isla a pesar de ciertos reconocimientos que uno va recibiendo como lo de la Cátedra Góngora, que ha sido impresionante, aunque no se haya llegado al objetivo de crear el Centro Internacional de Estudios Gongorinos.

P. ¿Aterrizará algún otro náufrago en su isla? Incluso Robinson necesitó un Viernes para salir de allí y contar lo que le había pasado y lo que había visto.

R. Sí, Robinson Crusoe necesitó un Viernes. Pero la isla no.

P. De todas formas, espero que por el bien de la isla llegue alguien.

R. Mientras no sea una bomba atómica que convierta la isla en un amasijo de rocas como pasó en las Bikini. Tengo que confesarte que soy un poco misántropo.

P. Cada uno tiene sus vicios.

R. Claro.

P. A pesar de ser un misántropo, en las semanas que han estado funcionando las tertulias, ¿qué respuesta has sentido de los otros, de quienes se han acercado a ellas?

R. He disfrutado mucho con ellos. Como soy una persona contradictoria, quizás esto se contradice con lo anterior, pero he disfrutado. Yo he explicado a Góngora en cursos de doctorado en la Universidad, en clases en el extranjero, he dado conferencias... Pero esto era otra cosa. Esto era decir, vamos a hablar en Córdoba sobre los textos de Góngora y vamos a hacerlo sin reglas. Puede venir quien quiera y no va a obtener ningún título ni obtener ningún certificado. Ni tiene que ser mayor, menor o de un estrato social o de otro. No. Aquí venimos a dialogar -otra vez el poder del diálogo- y la verdad es que yo he aprendido muchísimo y he disfrutado inmensamente. Tenía un grupo que poco a poco se fue consolidando de unas 15 personas y ese es el número ideal. Puede parecer una utopía pero que en los países del Norte o en Estados Unidos se hace desde hace muchos años en las Universidades. Allí, en las Universidades, dar clase a un grupo mayor de 15 estudiantes desvirtúa totalmente lo que es la enseñanza. También para mí, tal y como lo he querido explicar en esta entrevista.

P. En esas charlas, en eso diálogos, en esas tertulias de la Cátedra Góngora, ¿habéis usado al escritor como excusa -como yo pretendo en esta entrevista- para hablar de otras cosas?

R. ¿Para hablar de Córdoba?

P. De Córdoba o de lo que sea. Góngora, por sus imágenes, su iconografía, sus temas, da pie para hablar de lo que se quiera.

R. Claro que lo hemos hecho. A propósito de los comentarios de textos han salido temas de actualidad, de política, de sociedad, de antropología, sexualidad... Es lo normal. La literatura debe ser eso. Como dice el maestro George Steiner: los libros nos leen a nosotros. Y si eso es así, poner a la literatura en el centro de nuestras vidas es hablar también de nuestras vidas. En solitario pero también en relación con los demás. Y es hablar de política, de transformación, de todo... La vieja Filología era eso: el filólogo debía saber de todo. Tiene que ver con la tradición judía, la importancia de la palabra, la importancia del texto, la cábala, y todas las relaciones y códigos que hay detrás y que nos llevan al mundo. El texto como una cifra y emblema del mundo.

P. Como la única manera que tenemos de explicarnos a nosotros mismos y conocer al otro.

R. Somos lenguaje.

P. Los políticos suelen mirar el lado económico -y del beneficio económico- de las cosas. ¿Entienden los políticos el potencial económico que tiene una figura como Góngora en el turismo cultural?

R. Hay varias cuestiones. Inicialmente, hay un planteamiento cortoplacista erróneo. Es cierto que una cultura tan poderosa como la nuestra, el español y todo lo vinculado a la cultura española, mueve muchísimo dinero en el mundo. Pero lo que no podemos tener es una visión de vía estrecha que esté calculando siempre la rentabilidad inmediata de las cosas. Esto es como la educación. ¿Usted quiere que este país siga siendo un lugar en el que casi no se analizan, gradúan o matizan las cosas? ¿O quiere seres que estén formados? No, usted en el poder, lo que quiere es que todo siga igual para que nada cambie. La educación y la cultura son inversiones pero no pueden mirarse solo en términos económicos. Esto no es como vender tomates.

P. Cuando nace la idea de establecer lo que ahora es la Casa Góngora, ¿te hicieron esa pregunta? ¿Esto para qué y cuánto dinero nos va a dar?

R. Claro que sí. Y otras frases. “Esto no le interesa a nadie”. Que yo traduzco en: “Esto no da votos”. El otro día se preguntaba Antonio Carreira, en la presentación del libro de Amelia de Paz: “Si en Inglaterra apareciera un manuscrito de Shakespeare, ¿pasaría lo mismo que ha pasado aquí en España con un autógrafo de Góngora...?”. Ahí tienes la respuesta. ¿Qué pasa, que en Inglaterra no son capitalistas igual que aquí...? Por eso, cada vez reivindico más a esa juventud que intenta salirse de la norma, que tiene pequeños gestos que terminan transformando el mundo, que cogen su bicicleta o se va andando de un lado a otro. Y me da cada vez más rabia la visión superficial de quienes les prejuzgan, como suele pasar en este país, por los rasgos externos. Y esa misma juventud te la encuentras en Inglaterra, pero más asimilada. Porque el proceso cultural en Inglaterra ha sido muy distinto al español. Son males endémicos españoles y ningún sistema político, a excepción de la segunda República, ha intentado cambiarlo. Ningún Gobierno de lo que llamamos democracia, tras la muerte de Franco, ha trabajado con seriedad por modificar esa situación esencial y mutiladora de la sociedad española.

La educación y la cultura son inversiones pero no pueden mirarse solo en términos económicos. Esto no es como vender tomates.

P. Tenemos la Casa Góngora. ¿Qué iba a ser y qué es, en realidad, ahora?

R. Cuando se concede la aportación del Ministerio de Cultura, esa casa se rehabilita y se reforma porque en el expediente se dice que en la planta baja se va a usar de sala de exposiciones. El 40% restante iba a ser el Centro Internacional de Estudios Gongorinos: un centro de documentación, investigación y difusión de la figura del más grande creador de Córdoba. Ese era el objetivo. Y si no se realiza, se ha traicionado el objetivo por el cual esa casa fue rehabilitada. A partir de ahí, hubo un largo proceso burocrático de elaboración, aprobación y supervisión y asesoría jurídica de los estatutos que terminaron publicados en el Boletín Oficial de la Junta de Andalucía. Pero con un error que obligó a repetir su edición. Corre ya el año 2007 y la casa ya está abierta como una cáscara de nuez vacía. Pero, a pesar de que los estatutos están publicados, no se pusieron en marcha. Hubo circunstancias que lo imposibilitaron: la crisis. Los estatutos quedaron en papel mojado pero llegó un momento de empuje y se creó la Cátedra de Estudios Gongorinos a finales de 2013 desde la UCO. Ahí no puedo dejar de reconocer la labor del concejal Juan Miguel Moreno Calderón, uno de los mejores ediles de Cultura de esta ciudad. Con él y otros nombres de la Universidad se le da un apoyo a la Cátedra, se convenia con las tres instituciones y se termina creando la Cátedra. Ahora , la Casa Góngora es solo una casa donde se hacen actividades culturales y donde la Cátedra Góngora ha estado cinco semanas haciendo 12 actividades -un récord, un esfuerzo tremendo-. Y si todo sale bien se harán actividades en 2015. Pero el objetivo es que se cree el Centro Internacional de Estudios Gongorinos.

La Casa Góngora es solo una casa donde se hacen actividades culturales

P. Porque si es un centro de documentación habrá que dotarlo de documentos, libros o lo que quiera que necesite un investigador.

R. De hecho hay un espacio habilitado para ello, pero está vacío. Aunque, mira por dónde, se está barajando la idea de meter ahí la donación de una biblioteca que no tiene absolutamente nada que ver con la figura de Góngora. Si los políticos supieran que a mí se me ofreció una donación de una biblioteca del Siglo de Oro con primeras ediciones y valiosos estudios críticos -que sí tiene que ver con Góngora- tasada en 1 millón de euros y que no pudo venir a Córdoba a pesar de ser una donación... Lo único que pedía el donante era que se fuesen publicando sus propias obras y no sacar de la Casa los libros. Pero todo eso se fue al garete porque lo de la Casa Góngora y el centro de estudios estaba en el aire.

P. Hablabas antes de reivindicar la esperanza.

R. Sí, sobre todo no dejar sin esperanza. Recuerda el verso de Dante “Abandona aquí toda esperanza”. Que las generaciones futuras no se encuentren ese mensaje. Que esas generaciones no tengan esperanza porque el ser humano se haya convertido en carne de hacer dinero... ¿Un ser humano qué es? ¿Un martillo? ¿Una herramienta? Y se tiene la desvergüenza de usar el término recursos humanos... Como si el ser humano fuese un trozo de carbón. Casi prefiero el viejo término marxista de fuerza productiva.

Si los políticos supieran que a mí se me ofreció una donación de una biblioteca del Siglo de Oro...

P. Abandona toda esperanza. Eso debería aparecer en las entradas internacionales de los aeropuertos españoles. O en las salidas...

R. Es que ha sido una generación mutilada antes incluso de salir. Y no hablemos de la investigación. Tiene que ver también con la figura que representa el éxito mediáticamente: un deportista que no paga sus impuestos en España o un pequeño Nicolás... Eso no debería existir para poder cambiar a las generaciones futuras. ¿Por qué el éxito no puede ser el investigador que se pasa horas trabajando para luchar contra el cáncer? La culpa de que no sea así no es solo de los medios de comunicación.

P. ¿Góngora terminará emigrando?

R. Góngora emigró hace tiempo. De hecho, la tesis doctoral que se hizo sobre él a mitad de siglo es la tesis de un francés.

P. Eso indica mucho del país.

R. Sí. El hecho de que las grandes monografías sobre autores clásicos españoles hayan sido escritas por extranjeros y no por españoles indica también mucho de un país. El hecho de que en 2011 cuando se cumplieron los 450 del nacimiento de Góngora Penguin Books saque una edición de las Soledades de Góngora a cargo de Edith Grossman que ha traducido a Vargas Llosa y a García Márquez y Cervantes es un homenaje de las letras inglesas a Góngora y la fuerza de las letras inglesas. Podríamos seguir.

P. Al final no hemos podido darle un pulso optimista a la conversación.

R. El optimismo sería que en algún momento, solo porque este sistema está en crisis, esto debe cambiar.

El hecho de que las grandes monografías sobre autores clásicos españoles hayan sido escritas por extranjeros indica mucho de este país

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