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El caballero de la triste figura de bronce y piedra

Visitantes contemplan una obra de Teno en el Museo de Bellas Artes | MADERO CUBERO

Marta Jiménez

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La exposición 'Teno y el Quijote' del Museo de Bellas Artes, enmarcada en el Año Teno, finalizará en septiembre con la obra teatral 'Dulcinea toma la palabra'

Dulcinea es la única protagonista femenina de una muestra llena de Quijotes. Muchos de los que interpretó el artista cordobés Aurelio Teno (Minas del Soldado, 1927-Córdoba, 2013) habitan hasta el próximo 28 de septiembre en el Museo de Bellas Artes de Córdoba gracias a la exposición temporal Teno y el Quijote, en la que por primera vez un solo artista ocupa todas las salas del museo enfrentándose a las obras que allí viven de forma permanente. “La idea es introducir lo contemporáneo también en las salas que contienen arte de siglos anteriores para que se produzca un diálogo interesante de lo antiguo con lo moderno”, explica el director del museo, José María Palencia, durante un paseo mañanero por la muestra.

Y todo acaba o empieza en Dulcinea. Un busto de la dama idealizada por el caballero, realizado en bronce y coralina y que se eleva en vertical, reina en la sala principal del antiguo Hospital de la Caridad. “Es el culmen de la razón partiendo de la fantasía”, opina Palencia. Por eso el director planea poner el punto y final a la exposición con la obra teatral Dulcinea toma la palabra, de la actriz Valle Hidalgo, en la que Dulcinea y Aldonza se dotan de psicología y sentimientos para reivindicar el actual papel de la mujer como ser pensante y no solo pensado.

Para poner en pie la obra, que se representará el 26 de septiembre en el Teatro Principal, la Asociación de Amigos de los Museos ha organizado un concurso que culminará ese mismo día y cuyo ganador se convertirá en propietario de una carpeta de serigrafías de Aurelio Teno relacionadas con el Quijote. Para participar se podrán comprar unos bonos de cinco números entregando un donativo.

Aurelio Teno levantó en 1976 un monumento dedicado al Quijote en el Kennedy Center de Washington, tras haber competido con Salvador Dalí y José de Creft. Esta obra colosal materializada en bronce y piedra significó proyección internacional para el artista pedrocheño y una obsesión por el personaje literario que se traduciría en numerosas creaciones artísticas de variadas versiones realizadas con diferentes materiales y técnicas.

Un gran reflejo de ellas salen a nuestro paso en esta exposición del Museo de Bellas Artes: Estampas, pinturas y esculturas. En muchas cabezas quijotescas apreciamos reflejos de oro; también la descentralización de un eje que aporta un expresionista giro a las piezas. De boca de José María Palencia escuchamos influencias como “El Lissitzky” - en la geometría de la escultura Quijote contra los molinos de viento- o “Giacometti” - en el surrealismo de las figuras que sostienen Quijote sobre los encantadores-. También surgen explicaciones como la de “la pintura soterrada” en la obra de Teno. Se trata de la aparición consciente de motivos secundarios, un procedimiento común de los grandes artistas, por ejemplo de Goya, que aquí se percibe en una estampa de una Cabeza de Don Quijote: Colocada al revés de manera intencionada, en la parte de la barba es perfectamente perceptible otra Cabeza de Sancho Panza vomitando sapos.

La mayoría de visitantes con los que nos cruzamos una mañana laborable de agosto son extranjeros atraídos por el universal caballero de la triste figura. Dos japoneses fotografían Libertad te da el que sin ella (se) queda, una de las esculturas situada en la antigua capilla, enmarcada en acero corten como si fuera la página de un libro tridimensional, y en la que el caballo de Don Quijote se convierte en un Pegaso que quiere huir volando, igual que el caballero en tantas de las esculturas.

Dos de las 47 obras de la exposición están en depósito en el museo y permanecerán allí cuando la muestra finalice en septiembre: el águila que nos recibe en el patio y un Don Quijote entronizado en la sala de arte contemporáneo titulada El triunfo de la sinrazón. Una escultura de pequeño formato que Teno guardó hasta su muerte, en la que el personaje posee una profunda expresión de éxtasis en el rostro alzado hacia el cielo, un libro abierto en la mano izquierda, una espada desenvainada en la derecha y el fruto de sus delirios sobrevolando su cabeza. Unos delirios que el escultor sí que pudo materializar ayudado por la piedra, el bronce y el famoso hidalgo.

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