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La belleza violenta y clásica de Robert Mapplethorpe

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Manuel J. Albert

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La sala Vimcorsa exhibe una muestra del fotógrafo estadounidense más influido por Rimbaud

Dele al play del vídeo. Patti Smith empezará a cantar. Debería sonar siempre que se ve una exposición de Robert Mapplethorpe. Al menos un ratito. En la que se exhibe en Vimcorsa, dentro de la decimotercera edición de la Bienal de Fotografía, no se escucha. Pero cuando le preguntas al comisario de la gran cita artística cordobesa, Óscar Fernández, no lo duda. ¿Con qué música ilustramos el vídeo, Óscar? “Con Patti Smith”. Desde luego.

Patti y Robert fueron amigos, cómplices, pareja y amantes durante años. Vivieron las penurias y contradicciones del Nueva York de fines de los sesenta y los años setenta. Conocieron y protagonizaron uno de los momentos más excitantes del panorama artístico de la ciudad. Entraban y salían de la factoría de Warhol, desayunaban con Allen Gingsberg y disfrutaban, tristes e ignorantes, de los últimos meses de Janis Joplin.

Robert iba modelando a golpe de cámara su particular universo apolíneo de cuerpos de hombres y mujeres perfectos, modelos con aire de esfinge y estudios anatómicos propios del clasicismo. La muestra que se exhibe en la Bienal es buena muestra de ese mundo de pieles y texturas en blanco y negro. La iconografía personal -del Mapplethorpe más recatado- también aparece en forma de marinero cachas o una mujer con puñal en la mano. Imagen que se repite al fondo de la sala, en un libro abierto dentro de una vitrina cerrada. Un libro de Rimbaud, A season in hell (Una temporada en el infierno), iluminado por fotografías de Mapplethorpe e ilustraciones de Smith.

El título de la Bienal, Después del diluvio, está inspirado en un texto de Rimbaud. Mapplethorpe era un enamorado de su obra. “La relación de Mapplethorpe con Rimbaud es muy ambigua. Hay una fascinación evidente por él. Una fascinación que comparte con su amiga Patti Smith. Pero al mismo tiempo, convive con esa fascinación cierto sentido de rechazo”, sostiene Óscar Fernández. “Esto se traduce en que, de alguna manera, es heredero y traidor de la tradición de Rimbaud. Porque ésta es la de violentar la belleza y a Mapplethorpe le interesa esa belleza violenta aunque esa perversidad de lo bello no quede tan de manifiesto en sus fotografías como sí lo hacía Rimbaud en su poesía”, continúa el comisario.

Mapplethorpe es un autor mucho más frío, distante y clásico que Rimbaud. Pero, como destaca Fernández, “sin embargo, siempre subyace el espíritu de Rimbaud. Podríamos decir que el espíritu de la obra [de Mapplethorpe] es muy de Rimbaud, pero la factura final es mucho más clásico y académico”.

Y esa será, finalmente, la impronta que dejará Mapplethorpe dentro del arte. “Una de sus aportaciones más fundamentales tiene que ver con su capacidad de volver a tomar modelos y lenguajes de la fotografía, realmente muy clásicos, casi de principios del siglo XX. Y hacerlo desde la premisa de una rabiosa actualidad; no dar por clausurada ni agotada ninguna herramienta ni posibilidad de la fotografía y sin embargo hacer siempre algo nuevo y algo que fuera inédito”.

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