Has elegido la edición de . Verás las noticias de esta portada en el módulo de ediciones locales de la home de elDiario.es.

Juan Cuenca: “Las críticas banales me dan mucha pena”

FOTO: ALVARO CARMONA

Manuel J. Albert

0

FOTO: ALVARO CARMONA /VIDEO: VICTOR MOLINO

La mañana es fría y neblinosa. Desde la Puerta del Puente Romano de Córdoba, apenas si se ve la torre de la Calahorra, en la otra orilla del Guadalquivir. Justo en frente de la Mezquita, la luz metálica se refleja en el flamante Centro de Recepción de Visitantes. Lleva meses terminado, pero todavía está pendiente de apertura.

En la plaza que se abre a su lado, el sol gris impacta también en los nuevos bancos de piedra, recién colocados. Llama la atención sus contundentes dimensiones y los arranques de columna barroca que les sirven de sustento. “Son un verdadero momento de inspiración, no sé si buena o mala. Pero es inspiración”. Quien lo dice con media sonrisa es Juan Cuenca (Puente Genil, Córdoba, 1934), su diseñador. Cuenca es también el arquitecto que, durante 10 años, le ha limpiado la cara a Córdoba. Al menos, la que ofrece al Guadalquivir. El arquitecto ha apartado de ella los vehículos a motor y ha hecho protagonistas a los peatones.

De su mente y sus planos también ha salido el nuevo diseño de la Ribera, rebajándola a su cota original y permitiendo el paso bajo la Puerta de la ciudad que fue levantada en tiempos de Felipe II. Cuenca ha recuperado el Puente Romano, eliminando el cemento y la suciedad que lo cubrieron durante décadas, sustituyéndolo por un granito rosado, muy parecido al que existía en las canteras cordobesas. Y, por último, ha contribuido a reabrir la ciudad al río, con el diseño de una nueva plaza junto a la Mezquita, que hace de distribuidor de espacios entre el Triunfo de San Rafael, la Puerta del Puente y el edificio de Recepción de Visitantes, inmueble que él mismo ha diseñado.

Juan Cuenca fue miembro del prestigioso grupo de artistas integrados en el Equipo 57. Ha ganado numerosos premios, como el Nacional de Arquitectura por su proyecto -firmado con César Portela- de la Estación de Autobuses de Córdoba. Pero pese a los elogios y los reconocimientos obtenidos a lo largo de su carrera, Cuenca lleva años escuchando estoicamente críticas y observaciones por parte de distintos colectivos de su propia ciudad, acerca de su trabajo en el eje monumental de Córdoba. Y cuando está a punto de culminarse su labor con la apertura del último tramo remodelado de la Ribera, vuelven a oírse murmullos.

PREGUNTA. Se me ocurre que, si hay algo parecido entre el oficio de arquitecto y el de periodista es que ambos están expuestos a la opinión del público. Seguramente esta entrevista va a tener comentarios críticos. Aconséjeme cómo encajarlos.

RESPUESTA. No entiendo yo, eso de encajar qué significa.

P. Cómo se aceptan...

R. A mí me gusta que me hagan críticas. Pero qué es una crítica. La crítica inteligente y argumentada me encanta, porque además me sirve para el trabajo futuro. Así veo que, efectivamente, estoy haciendo algo que tiene una respuesta. Pero con todos mis respetos a esa gente que hace ese tipo de crítica banal y solo basada en su gusto personal, he de decir que esa crítica me da mucha pena. Solo hablan de su gusto, pero desde un punto de vista de lo que les gustaría tener en su casa. Es una crítica casi doméstica, de lo que entienden que es Córdoba y sus tradiciones. Según ellos, yo debería hacer algo que ellos mismos identifiquen con la identidad de Córdoba. Pero se ven frustrados porque yo no hago eso. Ese tipo de crítica, insisto, lo que me produce es cierta pena. Porque claro, la hacen desde un sentido de posesión de la ciudad, de su ciudad. Y yo no puedo estar trabajando y pensando únicamente en el gusto de los ciudadanos. Los ciudadanos admiradores de Córdoba son del mundo entero. No hay más que darse un paseo por el puente y ver que la mayoría de la gente es de otras latitudes. Y hay que trabajar para todos. Yo siento de una manera muy responsable la arquitectura, porque sé que estoy trabajando en un ámbito que es Patrimonio de la Humanidad, declarado por la Unesco y delante del muro de la Quibla de la Mezquita. Eso produce mucha responsabilidad. Desde ahí quiero ver la crítica.

No puedo estar trabajando y pensando únicamente en el gusto de los ciudadanos

P. ¿Y ha encontrado esa otra crítica más constructiva?

R. Sí, sí... A ver, yo sé que cuesta trabajo sentarse a hacer una crítica, digamos, profunda. Y tendría que ser un profesional o un crítico de arquitectura. Algo que no se produce todos los días... Se producirá, no sé cuándo, pero se producirá. Pero sí ha habido manifestaciones positivas de cosas que han parecido bien y de otras que han parecido menos bien. Y yo lo he aceptado. Pero he oído opiniones o impresiones de gente que ha venido de fuera y que son muy positivas. Tal vez no entrando en detalles pero sí valorando el entorno. He oído otras impresiones que me gustan mucho y que se refieren a ese algo tan espacial que la gente siente al entrar en ese ámbito que yo he remodelado. Fundamentalmente, en la plaza alrededor de la Puerta del Puente. Lo que se siente como percepción del paisaje circundante, lo que se siente cruzando el puente, lo que se siente pasando cerca de la torre de la Calahorra, esa mole tan imponente de piedra. Ese tipo de impresiones, que son de un orden espacial, porque son lugares donde uno penetra. Esto no es como la pintura, donde uno ve el cuadro como una ventana. La arquitectura, y sobre todo la arquitectura exterior y urbana, tiene mucho de ambiental. El paisaje urbano cuenta muchísimo porque uno se mueve por él, por esos fondos que van cambiando. La mayoría de las veces son monumentos altos, con mucha presencia, que producen esa emoción de estar rodeado de belleza natural y patrimonial. Y es en ese sentido en el que he oído muy buenas críticas y he percibido muy buenas sensaciones.

P. Y entre gente de a pie, colectivos vecinales o sociales, que son tal vez los más vehementes, ¿ha encontrado ese respaldo del que habla?

R. La verdad es que, como se puede entender -y esto no significa despreciar a ninguna persona ni a ningún colectivo- yo tengo necesidad de taparme los oídos porque si no es así, no podría trabajar. Ellos lo tienen que entender.

P. Eso mismo dicen los cirujanos de su propio trabajo. En el quirófano hay que mantener cierta distancia con el paciente y la familia.

R. Yo también pongo ese ejemplo. Cuando se entra en una sala de operaciones, hay que estar en silencio porque hay que hacer cosas delicadas y de mucha responsabilidad. Pues eso mismo ocurre aquí. Por lo tanto, ustedes me perdonarán, pero yo esas críticas, aunque me las digan por la calle o algunas veces me las lean... Yo no las busco, nunca... Y me dicen cosas... Me comentan normalmente cosas que... en fin... demuestran un poco la animadversión hacia lo que yo hago. Da la casualidad de que estos señores se encuentran, en fin, con esa especie de... no sé... como si estuviesen en un sitio privilegiado y dijesen “la ciudad es mía, no me gusta lo que se hace y me gustaría que se hiciera otra cosa”. Claro, ese sentido de posesión de la ciudad no lo puedo aceptar. Porque esta ciudad es grande. Siempre digo que en Suiza no hay ninguna ciudad más grande que Córdoba. Y sin embargo, allí hay un nivel cultural muchísimo más alto. En población, Córdoba es grande, pero en cultura ya es más delicado hablar de esa grandeza. Nuestro pasado sí es grande, pero yo estoy descontento con la actualidad.

P. Usted como arquitecto y resumiendo muchísimo, tiene dos vertientes: la obra nueva y las remodelaciones en profundidad. En Córdoba, es paradigmática su intervención en el entorno del Puente Romano.

R. Primero voy a decirle una cosa que creo que se ha dicho poco. Hubo un cambio de concepción de la actividad profesional de la arquitectura cuando llegó la Democracia. La actuación sobre el patrimonio era una cosa especial. La arquitectura y la arqueología se entendían como una misma cosa. Hay que tener en cuenta que en tiempos del arquitecto Félix Hernández -y mucho después, durante toda su actuación de Medina Azahara-, la disciplina de Arqueología no existía en las carreras y mucho menos existía una titulación. A los primeros arqueólogos, yo los conocí. La arqueología estaba ligada a determinados arquitectos, como le pasó a Félix Hernández, que es un ejemplo paradigmático: él construía obras nuevas, a su estilo neobarroco, como sus casas de la plaza de Las Tendillas. Aunque luego, dejo de hacer ese servicio para las sociedades modernas y se retiró a su labor en Medina Azahara y en la investigación. Él mismo se dio cuenta de que tenía que especializarse. Pero llegada la Democracia, las Direcciones Generales de Patrimonio de las Consejerías de Cultura de toda España cambiaron en ese sentido. De forma que empezaron a encargarse los proyectos a arquitectos que no eran especialistas. Es decir, había un concepto clarísimo: la arquitectura era única. Podías hacer viviendas, urbanizaciones o la restauración de un monumento. La arquitectura es una actitud responsable que se lleva a todos los campos. Solo hay que investigar en cada momento el encargo que has tenido. Desde esta visión es desde la que yo he actuado siempre en el patrimonio. Lo que hay que hacer es actuar con buena arquitectura. ¿Y con qué lenguaje? Desde luego, nunca un lenguaje mimético historicista. Eso ha cambiado radicalmente.

Tengo necesidad de taparme los oídos porque si no es así, no podría trabajar

P. Diría que eso último es lo que precisamente no se ha aceptado en la ciudad o al menos está costando.

R. Es que es un cambio radical.

P. Tal vez ocurra porque ver el cambio afecta a lo emocional. Todas esas frases como “me han cambiado las farolas” o “esto moderno no pega”.

R. Claro. He hecho este largo preámbulo porque hay que entender cómo desde las Consejerías de Cultura de toda la nación se estaba optando por una buena arquitectura, no una arquitectura de imitación. Todo esto produjo polémicas, debates, mucha discusión, seminarios, congresos... Porque era un terreno nuevo. Pero estaba claro que no se podía actuar desde el mimetismo de lo antiguo. Ese era un precepto clarísimo. Y en ese ámbito, ¿qué actitud tomé yo personalmente? Pues opté por usar un lenguaje contemporáneo, estudiándome muy bien el entorno, teniendo un respeto absoluto en cuanto a volumen, materiales y concepción. Y por supuesto, aunque esto parezca raro, utilizando siempre la discreción. Mi arquitectura no podía hacer la competencia a esos monumentos tan impresionantes. Por ejemplo, el Centro de Recepción de Visitantes tenía que ser muy discreto. Cierto es que tiene otras connotaciones que también sirvieron de guía al proyecto, como que fuese proyectada hacia dentro. Por eso ni tiene ventanas ni nada. Algo que, salvando las distancias, también ocurre en la Mezquita, donde lo bueno está dentro.

P. Un lenguaje puramente musulmán.

R. Claro, pero cualquiera puede decir: “¡Qué tontería, esto no se parece en nada!”. Naturalmente que el Centro de Visitantes no se parece en nada, pero sí en el concepto.

P. Es una adaptación.

R. Y en eso sí que se parece. Entonces, ese edificio, para que no tenga demasiado volumen, para que no tenga demasiada presencia, lo divido en dos bloques. Uno es el que da a la Posada de Vallina, que solo era una medianera. Lo que había, no deja de ser semejante a lo que se ve ahora desde el puente. Pero yo quería ennoblecer esa medianera colocando delante este nuevo edificio. Y además, añado otro más, delante, que quiero que haga un juego simétrico a la Plaza del Triunfo. Aunque más bajito, para que tenga menos presencia desde el Puente. Y entre ambos bloques, abro una calle. Esta calle contribuye a crear el trazado laberíntico de calles ya existentes y a crear trazados alternativos con una cuesta que hemos abierto desde la mezquita y que también es un concepto típico de Córdoba.

P. Al final ha hecho una callejuela propia de la Judería.

R. Sí. Esta segunda es una callejuela escalonada, a la que tuve que cambiar completamente el diseño porque aparecieron unos restos árabes. Aunque gracias a eso logró más intensidad, pues se amplía y restringe en función de los restos.

P. En función del pasado.

R. Exacto. Y es esa especie de mezcla entre el pasado y el presente lo que a mí me interesa mucho. Yo estoy en el presente. Y el presente tiene que obedecer a los usos del presente. Pero siempre con la presencia del pasado. Lo contrario sería que ni se hace escalinata ni nada, dejando aquello como estaba... Y ya tenemos experiencias malísimas en ese sentido. Así que debemos actuar sabiendo que el pasado siempre está presente.

En población, Córdoba es grande, pero en cultura ya es más delicado hablar de esa grandeza

P. Un arquitecto en Córdoba tiene que hacer un máster en Historia.

R. No necesariamente.

P. Estoy pensando en, por ejemplo, la integración de esa casa musulmana que se halló durante las obras de la Estación de Autobuses de Córdoba, junto a otros muchos restos.

R. Nos encontramos una de las tres canalizaciones que abastecían a la ciudad musulmana. Era la más importante, la que iba directamente a la Mezquita. También hallamos una casa de un arrabal muy grande. En el aparcamiento se observan varias tapas de hierro fundido, como de alcantarilla, y cada una corresponde a un pozo de una casa. Hay muchísimas. Una de ellas apareció con la huella de la casa y su patio. Y es la que se conservó. Hubo que reformar el proyecto, reduciendo el jardín, para que se viera. Y lo más importante: hay un resto de mezquita, al fondo, que también tiene su luz cenital para que la ilumine, además de esa canalización tan importante que le comentaba. Todo se adaptó sin dañar demasiado la capacidad del aparcamiento. Porque, claro, esa es otra cuestión que también se ha dado en el entorno del Puente: si todo son restos, ¿qué hacemos con lo funcional? El edificio no serviría para nada.

Lo que hay que hacer es actuar con buena arquitectura y nunca con un lenguaje mimético historicista

P. Hay quien ve un engorro los restos arqueológicos.

R. Los restos son una realidad y en Córdoba hay que aprender a vivir con ellos, siempre lo he dicho. Nuestro suelo es riquísimo en restos arqueológicos y no se pueden destruir. Yo procuro destruir lo mínimo. Si acaso, para hacer sitio. Lo que hay que hacer es verlo todo con los historiadores y con los arqueólogos. Procuro y consigo tener una relación ágil y fructífera con ellos. No he tenido nunca problemas con los arqueólogos. Es cierto que había arquitectos a los que les horrorizaban, porque les pueden parar las obras. Pero yo creo que no, los arquitectos que viven y trabajan en Córdoba, han de tener, como se dice en términos futbolísticos, cintura. Tienen que encajar todo aquello que venga. El problema del arquitecto es ver cómo se encaja.

P. Algunos arquitectos tiene una vertiente de autor clara, forma parte de la esencia de la disciplina sentirse artista. Usted mismo es escultor. Así que imagino que es algo duro variar su propia concepción de las obras. Pongamos que, en su trabajo de escultor, le forzasen a cambiar ciertos giros, ciertas formas y volúmenes por imposiciones ajenas a usted. Simplemente, porque sí. Tiene que ser complicado para un autor compaginar esas determinaciones impuestas con su propio espíritu.

R. Es una cuestión de actitud. No es fácil explicarlo. Personalmente, sí puedo decirle que yo tengo una actitud muy abierta. Algo que también plantea muchos problemas. Por ejemplo, nos ocurrió en la Ribera, con los restos de la muralla romana. Cómo dejarla al aire de forma compatible con la plaza, las destrucciones a las que ya fue sometida a principios del siglo pasado y todos los restos que nos hemos encontrado en el Arco del Triunfo. Pues bien, para empezar, leo lo que dice la Historia. Pero no para sabérmelo muy bien, sino para inspirarme. No hay que ser muy docto. Sencillamente, lo que hay que hacer es ir comprobando situaciones para no contradecir los hechos históricos y adaptar el proyecto arquitectónico que uno tiene. Por ejemplo, con la Plaza del Triunfo, te das cuenta de que la decisión de un obispo de mediados del siglo XVIII [Martín de Barcia] es absolutamente moderna: se trae un arquitecto extranjero [Miguel Verdiguier, de Marsella y asentado en España] y hace una plaza elevada, desmochando la muralla y haciendo un balcón sobre el Guadalquivir. Ese es el primer paso realmente moderno de la ciudad, abrirse al exterior. Y en cuanto al Arco del Triunfo, hay que saber que es un edificio exento pero que antes estaba integrado en la muralla. Lo que quiero decir es que nosotros mismos estamos penetrados de la Historia, dicho sin petulancia. Así que, cuando yo me impregno de todo eso y hago una nueva plaza entre el Triunfo, la Mezquita y el Arco, significa esa nueva apertura de Córdoba. Y al mismo tiempo, no se niega lo preexistente. De ahí que el material de la plaza sea distinto que el de fuera; de ahí que grabe también, como recuerdo, los dos límites de la plaza romana que allí existió...

Los restos arqueológicos son una realidad y en Córdoba hay que aprender a vivir con ellos

P. Perímetro que se refuerza con los límites que asoman de la muralla romana, en el lado sur.

R. Hay una cosa muy importante, en la que Juan Murillo [arqueólogo municipal de Córdoba] y yo estábamos de acuerdo: debía quedar marcada la línea por donde va la muralla romana. El edificio delantero del Centro de Recepción de Visitantes se apoya sobre la muralla; en el patio del Centro de Recepción también aparece su lienzo; sigue luego fuera, y luego un poco más al oeste, donde está el Soneto de Góngora levantado en 1927, también hay muralla; sigue hacia adelante, perdiéndose en el antiguo seminario, que se apoya sobre ella; reaparece en el aparcamiento que ha hecho allí el Obispado y vuelve a salir en la calle de Santa Teresa de Jornet, en unos restos que ya se exhiben. Así trazamos la línea. Como ve, aquí todas las cosas tienen un sentido. En la esencia de esta arquitectura, cada cosa tiene su porqué.

P. Un trabajo empapado de historia, pero con elementos puramente modernos y contemporáneos.

R. Es que nosotros somos de ahora. Yo no sabría hacer otra cosa. Cuando gané el concurso para el entorno del puente todo el mundo sabía que lo iba a hacer así.

P. Muchos se han fijado en diseños suyos propios, como la iluminación, por ejemplo.

R. Vamos a ver, son dos cuestiones diferentes. La Ribera es un proyecto del siglo XVIII. Algo muy moderno. Se hace en la Academia de Bellas Artes de San Fernando, en Madrid, y consiste en hacer un paseo al borde del río. Un paseo que sirviese, al mismo tiempo, de defensa porque Córdoba siempre se inundaba. Se comienza por el Molino de Martos y prosigue por ese tramo que llega a la Cruz del Rastro. En Córdoba se culminó muy tardíamente y se terminó estropeando porque se convirtió en una una carretera nacional muy contaminada. Hemos tenido que reinterpretarlo todo. De ahí viene ese tipo de farola en la parte derecha, más clásica, llamada de tipo Córdoba. Y lo manda el Plan Especial de la ciudad. Pero en la otra parte son unas farolas colocadas a modo de hitos, que marcan una línea muy clara que a mí me gustaría que siguiera hasta la Cruz del Rastro o todo lo que es la Axerquía.

Uno proyecta árboles, pero los árboles no crecen tan rápido como a uno le gustaría

P. En toda esa zona siempre se cita a la arboleda. Hay voces que se quejan de que se ha diseñado con poca sombra y que no se puede pasear en verano a 40 grados. Personalmente, me pregunto quién sale a pasear por Córdoba a 40 grados, pero bueno…

R. La vegetación es un engorro [ríe]. Porque resulta que uno proyecta árboles, pero los árboles no crecen. Me lo plantee en el jardín de Miraflores. El arquitecto está obligado a proyectar, pero con cosas corpóreas. Y los árboles no tienen cuerpo hasta que pasan un mínimo de diez años. Nunca había proyectado ningún jardín antes y esa idea de tiempo me producía cierta angustia. En Miraflores hice una cosa que yo llamaba mezquita vegetal -en el plano y las fotos aéreas se adivina-, quería recrear con los árboles, el módulo geométrico que sigue la Mezquita. ¿Pero cuándo se verá…? [Ríe] Volviendo a la Ribera, tengo que decir que tiene muchos árboles, unos 150 plantados en el paseo que va hasta el Alcázar. Es una alameda sin álamos. Son almesos y con los años se hacen muy grandes. En el futuro, creo que en 10 años, formarán un paseo casi en túnel. Los árabes ya utilizaron estos árboles en la señalización de la canalización de aguas que venía de Valdepuentes para el abastecimiento de Medina Azahara. Eso sí, en la plaza de la Puerta del Puente no se pueden plantar por los yacimientos que hay debajo. Solo hay uno, de otro tipo, junto al Centro de Visitantes. Tampoco los había allí antes. Y hay muchas plazas sin árboles, como la de San Marcos, en Venecia. En realidad, creo que los árboles no se han prodigado mucho en las ciudades monumentales, pero lo que ocurre es que en Andalucía, el cuerpo nos pide que los haya.

Etiquetas
stats