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Peñarroya: huella y herida de la minería

FOTO: MADERO CUBERO

Manuel J. Albert

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El documental  La Madre, una historia del colonialismo industrial relata la presencia francesa en la comarca

La Madre, una historia del colonialismo industrial

Toda buena historia comienza con una leyenda. La nuestra lo hace con un perro llamado El Terrible. Un día, a mediados del siglo XIX, cerca de Peñarroya -una aldea que entonces pertenecía a Bélmez- el can, famoso por su fiereza, se topó con algo que nadie esperaba: toda una mina de carbón.

Aquello fue el germen de lo que, en solo unos años, iba a convertirse en un foco de población llamado Pueblo Nuevo de El Terrible, cuya población se multiplicaría y que se terminó uniendo a Peñarroya. Pero ello no habría ocurrido sin el impacto brutal del capital dueño de las minas: la Societé Mininère et Métallurgique de Peñarroya, fundada en la plaza parisina de la Vèndome en 1881. La Madre, como se terminó conociendo a la compañía en Peñarroya, fue una realidad hasta 1969.

Más de 130 años después de su creación, un grupo de profesores de la misma comarca cordobesa se han unido para rodar un documental y explicar qué impacto tuvieron aquellas minas de carbón y sus fábricas de plomo dulce. Los docentes están aglutinados en el Colectivo Brumaria y el resultado de su trabajo se titula La Madre, una historia del colonialismo industrial. Tres de sus integrantes acudieron ayer a la Filmoteca para presentar este trabajo de investigación.

¿Por qué La Madre? “Todos en el pueblo llamaban así a la mina y a la empresa. Ella era quien lo daba todo, de quien dependía todo. Hasta los años cincuenta no hubo un alcalde que no fuese de la compañía, tal era su influencia”, explica Miguel Sánchez, profesor de Tecnología. La película cuenta 30.000 euros de presupuestos, de los que 24.000 han sido subvencionados por el Grupo de Desarrollo Rural del Valle del Alto Guadiato.

Su labor ha reunido a expertos historiadores y antiguos mineros que conocieron los tiempos en los que, en el Pueblo Francés de Peñarroya vivían, efectivamente, los ingenieros franceses y sus familias; o en el Cerco Industrial, proliferaban los movimientos obreros y las ideas marxistas.

Las industrias del Cerco dominaron los mercados internacionales hasta principios del siglo XX, viviendo años de esplendor gracias al salvaje consumo de metal que se hizo durante la I Guerra Mundial. Una industria que, siguiendo los patrones de la época, estableció una relación puramente colonial y expoliadora con los indígenas del lugar y sus riquezas naturales.

Casi un siglo de trabajo minero y metalúrgico derivó en un profundo cambio social. Con aspectos positivos y negativos. “Entre los positivos destaca la cultura industrial que se creó en el pueblo. También permitió que la mujer entrase en el mundo del trabajo y que, a la postre se terminase creando una importante conciencia de clase, siendo una vía de entrada de todas las ideas socialistas y marxistas en Andalucía”, recuerda Roberto Salas, profesor de filosofía.

Entre los puntos negativos no faltan episodios represivos. No tan violentos como los vividos en las minas de Rio Tinto, en Huelva, pero sí muy dolorosos. Unos movimientos que dejaban patente que era La Madre quien mandaba. “La empresa siempre ganaba”, apunta Goytre.

Tras la I Guerra Mundial, la decadencia fue lenta y larga. El máximo poblacional se alcanzó en los años 30, con 35.000 vecinos –Peñarroya cuenta hoy con unos 8.500-. En 1969 las minas y las industrias se vendieron a Endesa. Y el declive se agudizó.

Hoy, la huella es honda. En el paisaje y en las ideas. “El Cerco ha estado abandonado y saqueado durante décadas. Ahora lo quiere recuperar el Ayuntamiento para hacerlo visitable. También queda el Barrio Francés. Y en la mentalidad de todos ha quedado un pueblo que vive en el pasado y que lleva años intentando remontar y remontar. Para salir adelante”, concluye Goytre.

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